Apostando a la sangre salvaje, apostando a que todo se acaba como un sorbo acibarado, apostando a que no escribiré más, apostando por los ángeles caídos... es la desgracia querida niña y es la suerte contar con dos manos que no paran de apostar por la vida y la muerte, a cada cerrar de ojos y a cada eclipse, a cada grito y a cada blasfemia, apostando porque queda un pedazo de vidrio y porque te pueda ver una vez más en el reino de la arena, apostando que el verso no me mate.
Apostando ya.
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