Tigre, tigre, que te enciendes en luz por los bosques de la noche ¿qué mano inmortal, qué ojo pudo idear tu terrible simetría? ¿En qué profundidades distantes, en qué cielos ardió el fuego de tus ojos? ¿Con qué alas osó elevarse? ¿Qué mano osó tomar ese fuego?

El Tigre de Willian Blake

viernes, 24 de enero de 2014

TRANS

Con su túnica enlutada, La Muerte caminaba despacio. Lenta. Casi como flotando sin pisar la polvorienta tierra. Envuelta por la eternidad. Avanzaba entre las tumbas del gran cementerio que clavaba sus cruces hacia el cielo de peltre. Lánguida. Detuvo su enflaquecida marcha frente a un panteón abovedado en el que un arcángel de blanco mármol extendía sus alas. Guardián. Frío. Con sus manos pedía silencio. Algo se movió dentro de la penumbrosa capucha de la Gran Señora. Unos altos cipreses se balancearonconunasuavebrisa. Aristasastillasataúdesdelafunerariadelcomerciodelhueso. En el camino caían pétalos de rosa y algodoncillos albos flotaban ligeros. Fragancia floral. Un gato azabache bufó y se hinchó con los pelos erizados cuando la vio. Después se apartó de su lado corriendo por el largo pasillo de los nichos desgastados. Caían pétalos. Todo estaba vivo y colorido de verde. Una fértil vegetación crecía exuberante. El sol sanguíneo doraba la tierra. Se bajó la capucha. Los milenios testigos cayeron. Cuervos levantaron el vuelo. Tambores óseos redoblaron. Telones cayeron en el teatro-funeraria de la última función. Vasos negros cayeron por la garganta-cueva. Baile de disfraces a las 12 de la sórdida noche. Se bajó y se bajó la capucha y este gesto se repitió 1000 veces veloces. Vacas mugieron. Su cráneo pelado huesudo brilló aceitoso. Un hermoso día para las abismales oquedades de su frente. Sus ojos. El asfalto era tan oscuro como ella. De las ellas. Y tan oscuro como el pequeño felino que contempló las fotos viejas de las esquelas lapidarias. Antiguas miradas. Borrosas. Indistintas. Y el gato corrió y corrió y saltó. Atravesó las paredes de los muertos en el ocaso rosado como buena jornada para echar la cabezada definitiva. Gato gato. Sus ojos de cristal ámbar pueden ver otras cosas vedadas para los mortales. Dejó atrás a Anubis el chacal y se subió al altar de la diosa gata. Ronroneó a gusto. Las piedras de las pirámides hablaron con el aire caliente de las dunas. Un gato-eclipse buscó refugio entre las tumbas. Espantado. Con ese olor a basura rancia que se pega de la muerte. Sus ojos son coliseo de la vida. Árboles chasqueantes resecados. El animal preguntó a su instinto raspas espinas de sardinas volutas. Sin diccionario mal. El cinocéfalo Thot. Miauuuuuu. Y olor a pan recién hecho le vino a ella saludándola. Y dulce miel. Aquel niño un buen día vino hasta allí y le cogió sus huesudas manos mirándola con expresión apenada. Pero inmediatamente los labios dibujaron una sonrisa forzada. Ante aquel tribunal gatuno. La expresión de ella no cambió como nunca lo había hecho desde que el mundo fue fundición. La criatura tiró de sus manos apremiándola. Ella era vieja. Más que el tiempo. La prisa no existía. Bonito jardín. Bonita pradera para contemplar con perenne calma. Colibríes revoloteando en busca de néctar. Mariposas multicolores y libélulas de ópalo. Silencio pesado como plomo-losa. A ella le gustaba. Le encantaba. Le deleitaba. Escenas mudas de la vida. El grato silencio. No necesita escribir mayúscula después de punto. Eso sí, un poco de melodioso piano no está nada mal. Pero que nada mal. No no no. Algodones rosados de feria. Anubis le llamó el gato con sus maullidos agudos. No está mal el nombrecito. Nein nein nein. En tantos pausados viajes que había hecho había visto muchos gatos. Blancos negros grises atigrados. El niño correteaba. El niño saltaba. Ella sumergida abisalmente entre pensamientos telarañas y pensamientos crisálidos amatistas piritas. El niño cantaba. Heraldos galleta cantan.
Coche fúnebre que sube coche fúnebre que baja huesecitos que se baten con la mortaja

Una pequeña feria de colores. El gato escondido agazapado en un rincón olvidado seplanteabaquella vida a ritmo de corazón y de mullido pelo. Se relamía y vigilaba los sonidos nocturnos con sus puntiagudas orejas. Se relamía. Miles de cabras y un macho cabrío en algún bosque en el que era sombra comotantasveces otravezmás observando con curiosidad palabras de sangre o tonterías. Observador humano trasero. Signos herméticos y túneles para escapar. El ojo escondido de los ojos. Mauuu. Pisadas del niño silueta furtiva. Sale a su encuentro para saludarlo meneando la cola mientras el agua del estanque era cristal frío donde una dama flotaba añil con sus largos cabellos ondulando como tentáculos dueños del elemento. La Señora Muerte muertita se arremangó y sus diez deditos descarnados con sus falanges se mostraron. Pensó en la belleza de la muerte. Esa perfección lánguida y serena silenciosa. Un placer reservado a las cosas inertes cuando el reloj arenoso cuarzo se descargaba con remisión. Ni para delante ni para atrás. Camino del temple del tiempo borrascoso o soleado de medianoche. Crujieron sus huesecillos cuandocontrajo lapalmadesumano. El estanque espejo-arquetipo. La dama mutis flotaba en el silencio de los silencios elipsis de un fluido casi amniótico. Aquellos polvorientos sueños vieron a la mujer enelcastillomarfileño. Acompañada de una camada felina de colas bamboleantes en constante movimiento geométrico con Horus de las pirámides. Si pudiera reír a lo mejor lo hubiera hecho. ¿Por qué no? Unas coronas de flores con epitafio. Toda aquella retórica del cura mientras con los brazos cruzados en postura firme aguardaba con paciencia milenaria estelar universal. La muerte decía el señor de negro es una calamidad. Ella inexpresiva como la difunta y el candelabro quedaba tan lejos de aquella tierra. ¡Clink! Recuerdos carbonosos de los cadáveres que ante ella desfilaban ennegrecidos de chimenea humo. El cadáver novia se alejó suavemente hacia el centro del estanque calmo como en una danza suave dulce de caramelo de bombón con leche a la edad de una infancia por recuperar. Lo hermosos de lo muerto maquillaje blanco en ojos de silueta negra. Caían flores fragantes entre rayos áureos. El niño jugó con el gato mensajero. Él había visto la inscripción de la balanza de Maat. Él había visto flotar las plumas de avestruz y las almas. Ojos del más allá del más acá o acullá. Retozó. Se divirtió al son del grano granito reloj Cronos cronómetro. Metrónomo del cambio de la piel por la erosión del tiempo real. Gatos listillos que no se dejan domar tan solo a medias. Borregos en filas balando. Mensajero de la última llamada a saltos de criptas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario