Tigre, tigre, que te enciendes en luz por los bosques de la noche ¿qué mano inmortal, qué ojo pudo idear tu terrible simetría? ¿En qué profundidades distantes, en qué cielos ardió el fuego de tus ojos? ¿Con qué alas osó elevarse? ¿Qué mano osó tomar ese fuego?

El Tigre de Willian Blake

jueves, 12 de abril de 2012

LA MANSIÓN URES (II)



Pero hay olor fuerte que destaca sobre todos los demás. Un aroma que se hace irresistible a sus refinados olfatos y que les atrae con impulso. Se deslizan ente las casa rápidamente sin hacer ni un solo ruido en la noche sepulcral. La fragancia se hace cada vez más intensa. Ya está muy cerca. Doblan una esquina y recorren un callejón donde una brisa suave hace aletear montones de papel en el sucio suelo. Después giran y salen a un descampado que cruzan en un visto y no visto. Se agazapan contra una valla de madera. El olor está cercano. Muy cercano. Sus pulsaciones se aceleran mientras aprietan nerviosamente sus fauces. Uno de ellos mira entre los tablones de madera. Después da un leve gruñido y saltan la valla con suma facilidad al otro lado.

Los negros heraldos tocan las trompetas de Jericó.

Buenas noches dijo Blas Black Ures.

Buenas noches —responde Luz Mila.

Al fin te has decidido a aceptar mi invitación.

Cómo no, Blas.

Pasa, pasa, adelante le invitó él con la mano.

La casa estaba pulcramente vacía. Un resplandor anaranjado de la chimenea del salón fluctuaba danzante creando sombras danzarina en las paredes inmaculadas. La leña crujía dentro del fuego. Los dos cogidos del mano se dirigieron a la llar. Sus rostros tomaron color ígneo mientras se detuvieron y se miran unos instantes. Después con sonrisa placentera ambos cruzaron el fuego de la chimenea.

La verdad Luz Mila... habían pasado ya unas horas charlando placenteramente sentados en la mesa es que... me gustas dijo él un tanto entrecortadamente.

Ella le observó mientras bajaba la vista tímidamente. Entonces Blas sacó algo de sus bolsillos de su chaleco negro. Era una baraja. Buscó entre las cartas y le mostró a ella la Emperatriz. ¡Oh yeah! El carillón del gran reloj sonó. Campanadas. Tres. El día caluroso y despejado invitaba a salir. Pero era todavía pronto para que se acabaran las clase. Ecuaciones de la sangre, de la piel y los huesos. De cartílagos y de miembros quitinosos. Un día luminoso eterno mientras miraba distraído por la ventana al mundo exterior. Mientras sus pensamientos se entrelazaban con la visión de sus rostro. Baby. Lieblig. Bavia. Números encadenados que flotaban en repeticiones etéreas entre alma y razón. El paso del tiempo que uno cree que no le afecta cuando la visión de todas las cosas es tan joven. Tan primordial. El diablo se llevó su visión. El demonio se llevó su sonrisa. Cayó del paraíso perdido. Alguien hablaba cerca. Alguien con palabras que se escapaban entre remolinos incomprensibles que arrastraban hojas. Se alejaba a marchas forzadas de la realidad. De una falsa realidad tal vez. O tal vez no. Un lado u otro lado. Cabezas de basiliscos y cuernos de peltre. Expresiones de pedernal. Corazones de sílex. Fuera el día parecía querer calentar su sangre. Roja profunda. Abismal. Abisal. Agujeros El chico perdido. Y ella. Por supuesto ella. Y el mismo. Por supuesto él. Entre raíces y tartamudeos. Pero había un lugar en el que todo cambiaba. En el que todo era distinto. Por supuesto un sitio no muy grande. Un sitio que el había construido. Que el había levantado. Un lugar que medía tan sólo 4 x 4. Y allí se escapaba. Sentado con las piernas cruzadas sobre las baldosas blancas. Feliz. Pero en realidad a aquel refugio, no tenía acceso siempre. A veces la puerta se le habría pero él no lo dominaba. Y su número preferido era como no, el 13. El fin de la humanidad cuando guiado por la manada se deslizaba entre sombras de una noche de plenilunio. Con los sentidos agudizados al máximo. Con sus orejas picudas. El fin de la raza humana. Con su mullido bellos corporal encrespado. Con su boca llena de puntiagudos colmillos babeando. Jadeando. Merodeando. Correteando. La marca arcana de la bestia. Sangre que hierve. Ojos con grandes pupilas, útiles para las acechar desde las propicias sombras. Hambre. Hambriento. Hambruna. Luna de carne. Luna de sangre caliginosa. Corazón de tinieblas. Ansia y deseo. Pezuñas ágiles y sigilosas. La humanidad acababa en un abismo de aullidos. Rugidos. Las cruces se invertían. El mundo se invertía. Las uñas se alargaban y se alargaban en punta. Campanas de dolor. Sangre caliente. Líquida. Cementerios de brumas. Ladridos. En las calles solitarias y acalladas zigzaguean. El destino de la carne. Ya llegan. Con apetencia. Ella tiene su ventana abierta. Le gusta el frescor de la noche. Le gusta respirar aire. Cuando está apunto de irse a dormir. Escucha unos ruidos. Ruiditos. Escalofríos. Va a la ventana a cerrarla y cuando llega unas siluetas lánguidas han surgido al otro lado. Las bestias de la noche la miran con sus ojos amarillentos... y grandes. Les ha atraído el olor de la sangre de la menstruación. Y ella entre aquellos monstruos reconoce el rostro de él. O lo que queda de él. Pues el bestialismo de ha apoderado de su alma. Blas es un hombre-lobo. Dentelladas. Colmillosaguijón. Garras arañando. Despedazando. Gritos de terror. Calima y arena de desierto. Alguien aguarda en el centro para iniciar una travesía. Quizás. Rompió una onza de chocolate de la tableta y la saboreó dulcemente en su boca llena de saliva. Placer de las glándulas gustativas. Espirales retorcidas. 13 candelabros para 13 calaveras de huesochocolateblanco. Blando. Derretido. Churros con chocolate a los albores de una nueva mañana. Madrugada. Segundos de chocolate en el que se hace más y más pequeño y ve unas tetas de chocolate. Infancia dulce. Quizás. Acaso. Puede. Comparten una onza. Comparten granos de tiempo. A lo mejor. Corazón de metal. Plomo pulmones. Cerebro de yeso. 25000. Llegó el dragón. La sierpe. Más adelante lloverán saetas. Lloverá alcohol. Lloverá orines. El Poeta estaba en su mundo. Es decir unas gotas de aislamiento. Sin zumbidos. Pitos. Aquella vez parecía muerto o semi-muerto. Leche semi-desnatada. Con flores marchitas por no regarlas. Su mundo. Intentando escribir alguna palabra suelta. Quien domina la palabra domina la realidad. Buscando en úteros de inspiración. Volviéndose a parir nuevamente. Gritando silenciosamente. Mente. Miente. Una palabra vestida. Disfrazada. Bailando con su largo vestido. Recogiendo la falda al son de la música disarmónica. Para un lado para otro lado. Le parece un vestido de novia. Es decir unas gotas de gin-tonic. En una fiesta donde no conoce a nadie. Por compromiso. Hablando tonterías sin sentido. Los minutos son horas. Las horas son peltre. El peltre es su tumba. Su tumba está casi perdida. En una fiesta solitario entre tumulto y borregos. Hinchado. Mareado. Incomodado. Inflado. Ahuecado. Cargado. Gambas y cigalas. Wan-tun frito. ¿Y esta fiesta qué es? Parece ser que una boda porque hay novio y novia. Desconocidos. Amorfos sin rostro. Amebas. Ostras. Mojama. Tieso. En su mundo. A veces tormenta. A veces frío. Alguna novela dickiana para obsesionarse. Un perro puñetero. Un reloj más puñetero aún. Unas cosas de cosas más más puñeteras. Un curro doblaespaldas, pensó el Poeta. Su sangre es ya alcohol en este funeral de neuronas. Ostias. En un mundo feliz de noticias plomizas. Una abuela a su lado de cuando en cuando le dice algo. Una abuela encorvada. Parlando del tiempo lleno de nubes dispuestas a descargar borrasca. Hielo y granizo. Rayos y truenos. Lloviendo ranas, sapos y langostas. Risa artificial y fijada abombadas en el cristal de os vinos. Blanco, tinto y rosado. Santos, vírgenes y beatos. Rezando al dios del dinero. Plata y oro para dejar sangre, huesos y cadáveres para festín de aves rapiñeras. Heraldo de conexión de los dos mundos. Gula gula gula gula tragonería mascante avaricia de narices picudas glotonería de babosas intemperancia otra más please bitte. Sehr gut.

El Poeta comía una Brastwurz con cara ida en el infinito horizontal. Movió sus carillos. Movió sus labios. Eructó. Después se marchó como figura clerical dejando solos a Blas y Juliana allí arriba mientras un enjambre de balas de la Guerra Civil le seguían como avispas locas. Allí recostados la pareja disfrutaba de una copa de vino de Ribera del Duero.

¿Me amas Blas?

¿Oh mi señora?, ¿hacen falta palabras? Este amor es lo mejor. Es una sensación de calma. De estática. Dejemos que nuestros corazones palpiten. Bombeen. Que nos hagan suspirar. Blas brindó con Luz Mila y después apuró su copa dorada engastada en rubís de un único trago al tiempo que el horizonte se tornaba más rosa. Y saltaron.

El Poeta comía un repollo con cara de oveja. Movió sus mejillas. Movió sus ojos. escupió. Después salió volando agitando sus brazos. Zeus lanzó rayos. Y Blas y Luz Mila quedaron solos en lo alto del tejado de la mansión. Entrambos bebían sendos gin-tonics.

¿Follamos? —preguntó Juliana con tono aburrido.

Ahora no —contestó con desgana Blas.

Y se lanzaron. Los vasos de alcohol dieron vueltas desparramando gotas de alcohol como rocío reluciente a los rayos del sol y al caer se rompieron en mil pedazos. Mil ojos de patatas. Mil ojos de dragón. Mil ojos blancos claras de huevos. Como testigos figuras encapuchadas de negro luto. Mil voces de cuchicheos víbora. Cotillas y charlatanes de mercadillo barato. Y el paraíso en la otra esquina de los cerdos. El olor de matadero. Profundo y repugnante. Filetes tallados. Carrilada y entrecot. Bandejas de sangre. Carne picada. Como testigos aquellos pagados. El último día de matadero. La última caída. Mil mierdas de perro por las aceras. El Poeta volvió al tejado lleno de ramas de naranjo. Lleno de ruiseñores. Con cara de momia faraónica. Tras él, salió el hombre-bermuda. Bermudas de cuadritos rojos. En su mano un vaso de tequila. Se lo puso en la cabeza con grácil equilibrio. Después se puso en el borde. Suspiró. Aguardó. Suspiró. Y se tiró con los brazos abiertos. El Poeta con cara aburrida lo contempló mientras se iba convirtiendo en un punto. Puntitos de pimienta. Micro-punto. Gallinas hablando. Cerdos hablando. Borregos hablando. Y el acallando. Y el esperando. Y él aguantando. En una mano un cráneo. En una mano reloj de arena. Y sentándose en el borde en el filo en la orilla. Comiendo un bocadillo de chorizo. Consumiendo unos pimientos rellenos y unas olivas rellenas y olleta. A lo mejor peladillas. Puede que consumiéndose así mismo como hormiga caníbal. Arroz para las palomas blancas cal. Paella y fideguà. I wanna be. Y un cielo cayendo sobre su cabeza. Y un laberinto algebraico de facturas. Y unas lágrimas también de acompañamiento si pudiera pero no tiene glándulas lacrimales. Esto es una mierda pensó Juliana. Las páginas pasan aceleradas. Las páginas pasan sin poderlas descifrarlas. Cifras. En el supermercado se sintió atrapada ente nichos de flores de plástico y de esquelas indefinidas Como estatua desgastada. Romana o griega. De jardín o de fuente. Pequeña entre muros demasiados altos y combos. Signo tras signo símbolo tras símbolo intentando no bestializarse. En el supermercado encontró vacío. Trovó escarcha mientras el Panga revoloteaba a coro. Blas pensó,«joder». En el supermercado desangrado portando el carrito de compra de alambres. Combustión espontánea de toda piel. Achicharrado. Chicharro. Tilaza. El papel arde muy fácil. Lluvia seca. Blas se perdió. Se olvidó de dejar miguitas tas de si. Olvido de los olvidos en el árbol de olivo reseco. Como marioneta. De teatro o de caseta callejera. Blas pensó, que caro está todo. Costoso. Aire irrespirable como sopa podrida. Raspas. Zurrapas. Ratas. Comida picada. Jugos de colores fosforescentes. El atún revolotea piando. Lava. Bandejas de carne cortada. Lava. Sueños de ovejas. Ofertas de poder vivir. En algún lugar tropical. Tucanes y loros. Plásticos y latas. El pago de nuestros pecados terrenales. Canjando puntos de la nada. Nada que hacer. Perdido y perdida en el mundo de la diversión.

¡Hola!, ¿qué haces por aquí?

Dando una vuelta, a ver si compramos algo.

Qué frío que hace.

Ya ves.

Por la salida. Saliendo desnudo. Despojado. Arruinado. Denigrado. Pero con una pequeña sonrisa de optimismo. Como cifra monetaria o estadística. Por la escapatoria saliendo en sostén y bragas de cuero o de algodón. Ambos al exterior de las chimeneas industriales. De automatismos. De robots sintéticos imitadores de formas humanas con ropas de marca cara. Peinados a la moda. De perros de metal plateado y ojos de plástico. La navidad baja con cartel digital a colores. Jesucristo es una máquina automática con ranuras para meter monedas. Velas de imitación. Desposeídos por aquí y por allá serpenteando. A cuatro patas. Jorobados de dientes saltones saludando. Blas y Juliana paseando de la mano de congelación de cuatro estrellas. Para que plorar. Hace muchísimo tiempo paridos sin permiso. Paridos de golpe y porrazo. Sin alas. Expulsados a toda prisa. Presteza. Campanadas y cantando. Aspas del fin del mundo. Pizzas prestas. Albarán 666. De la mano de pinza de cangrejo desfilando con amor verdadero o artificial. Con beso de labios de goma. En camino por la avenida de los fenómenos de feria. Con besos de labios de cristal. Bajo el gran sol impreciso. Ceñidos en tentáculos. Culos operados bamboleando ante ellos. Cirugía estética. Culos sin tacto. Igualados. Globalizados. Asépticos. Culos sin carne. Esterilizados. Higiénicos y desinfectados. Como sino tuvieran agujero para cagar. Culos y culos. Ellos enseñan los suyos peludos con orgullo. Los dos con cálices de vino a la mano. Rioja. Merece la pena estar borracho. Y en una gran paella mixta de carne y pescado saltando y salpicando arroz amarillo. Tirándose pedos y eructos. Más tarde bajará ella bajará silenciosa a la hora en que las calles permanecen estáticas. Recorrerá cabizbaja. Encapuchada. Pálida y antigua. Sin expresión. Con pasos de silencio. Arrastrando tinieblas. Sin prisa. Bajo el invierno nuclear. Aullando el aire. Y al llegar a una esquina encontrará dos copas doradas llena de vino. Se detendrá. Se parará toda su procesión. Alargará sus manos huesudas y las recogerá. Con parsimonia se las beberá y después las tirará hacia tras. Las copas volarán por el aire a cámara lenta girando. Ella se irá. Después las copas caerán y producirán un sonido metálico en la acera grisácea y sucia. Todo después quedará estático.

La mansión Ures se agrietó y sus viejos muros se desquebrajaron, crujiendo.


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