Tigre, tigre, que te enciendes en luz por los bosques de la noche ¿qué mano inmortal, qué ojo pudo idear tu terrible simetría? ¿En qué profundidades distantes, en qué cielos ardió el fuego de tus ojos? ¿Con qué alas osó elevarse? ¿Qué mano osó tomar ese fuego?

El Tigre de Willian Blake

domingo, 27 de noviembre de 2011

¿ARREPENTIDO?



Esta historia empieza como cualquier otra, como muchas otras... en la barra de un difuso bar lineal, perpendicularmente a mi sombra aplomada. Puede que me descalce de las sandalias y muestre las uñas para cortar. Después, quizás juegue con la arena entre mis pies y la piel huya de los tórridos granos de cuarzo, hostiles al contacto. Con un chasquidos de dedos pienso, voy a dejar de escribir para pensar en ti. Oh sí, la veo venir por la avenida romana de cipreses, y no son estos legendarios árboles señal de funeral. Son enviados de la sabiduría. Guardianes de sus pasos con cadencia equidistante, cómo si ella no avanzara por el viejo pavimento lleno de ecos arcaicos y fueran los altos árboles los que desplazasen el camino con sus copas cónicas y verde oscuras. Repitiendo la secuencia una y otra vez. Por esta barra de bar humeante se desplaza una procesión de cangrejos con corazas de color rojo intenso. Una gruesa anaconda serpentea hipnóticamente y su cuerpo escamado va arrojando al suelo las hileras erráticas de crustáceos. Las negras sombras de una bandada de pingüinos salta por encima de esta barrera, a la que doy nombre. Nombre de qué. Está claro que lo primero que ofreces son esos seis dedos que tienen tus manos callosas, y siento al apretar raspas de pescado volver a recorrer mi médula espinal. Esta historia empieza como cualquier otra; cuando abro mi pecho, mi plexo. Es una sonrisa siempre hacia arriba, así que no me abandones. Eres pura cicatriz, y ese fallo son alas de pegamento. Así que los narvales que abrieron los hielos me entregaron sus cuernos milenarios a través del viaje del plancton. Era ése el beso azulado que esperabas, era esa cabeza torcida lo que quedó por culpa de la espada roma formada por las sílabas perdedoras. Era un principio cúbico con engranajes que machacaban langostas, mariposas, libélulas y escorpiones; un elixir para creyentes crónicos por obra de un castillo en la inmensidad espartana. Está claro que lo primero que ofreces son esos labios de almendra amarga, y la razón está en un vaso con poso de grueso vidrio. ¿Arrepentido de amar? El patrimonio del caído se busca en este desparramado cuerpo con miras hacia el zodiacal desastre... Ahí arriba... No hay conjeturas que valgan, el errante de los pedazos sabe caminar solo. Y cuando una colonia de corales y pólipos se aposenta en mi brazo, vuelvo a dar con el mazo para astillar la yacija y pregunto : ¿no iba a dejar de escribir para pensar en ti?


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